20 TIP´S para educar a los niños y las niñas
1).- DEBEMOS ACEPTAR QUE TODOS LOS NIÑOS SE PUEDEN PORTAR MAL.-
Todos los niños del mundo hacen travesuras, berrinches, desobedecen, etc. Ellos nacen con una ausencia total en el control de sus impulsos y a medida que van creciendo, su curiosidad por conocer cosas nuevas los orillan a actuar de determinada forma.
Es responsabilidad del adulto que el niño aprenda a ser paulatinamente responsable y adquiera el auto control. Esta tarea es exclusiva de los padres y es un verdadero privilegio. Los maestros la refuerzan y enriquecen.
Si aceptamos de primera instancia la naturaleza infantil, difícilmente viviremos una lucha constante por forjar un niño perfecto.
2).- LA EDUCACION INFANTIL NO ES UN JUEGO DE AZAR.-
Si permitimos que las circunstancias del destino decidan por la educación de nuestros hijos, estaremos arriesgando su bienestar global. La educación no es solamente planear en qué colegio ingresará. La educación comienza desde el nacimiento mismo e incluso desde antes. En ella intervienen una multiplicidad de factores muy relacionados entre sí.
Debemos meditar y planear qué ambiente emocional deseamos para ellos y esforzarnos conscientemente por lograrlo. Está claro que es imposible prevenirlo todo, pero al menos lo que se planee tiene más probabilidades de salir bien. Los esfuerzos que hacen los hijos por mejorar, están directamente relacionados con los que hacen sus padres por ser mejores también, porque ellos aprenden lo que viven.
Por ejemplo, si queremos que los niños aprendan a compartir, debemos saber qué actitudes y acciones específicas de los padres o maestros inducen a ese aprendizaje.
3).- LOS NIÑOS APRENDEN MEDIANTE EL EJEMPLO.-
Si los padres o maestros acostumbran reprender a los niños por acciones en las que ellos mismos incurren, el niño se sentirá ansioso, confundido y en conflicto. Si por ejemplo, se le dice al niño: “¡¡¡No grites!!!”, o le pegamos porque le pegó a otro niño, le estaremos dando dos mensajes contradictorios: “No hagas lo que yo sí hago“. De esta manera, no pueden asimilar la regla y por lo tanto no la cumplirán o lo harán en forma inconstante y lo peor de todo, por temor.
4).- DESCRIBIR LA CONDUCTA QUE EL NIÑO DEBE MODIFICAR.-
Es decir, las reglas deben ser claras, breves, concretas y directas. Esto nos sirve para hacerle notar al niño lo que esperamos exactamente de él. Tiene derecho a saber lo que está prohibido y permitido en cada situación, lo cual le da seguridad al conocer los límites de su conducta. Debemos repetirlas cuantas veces sea necesario. Por ejemplo: Cuando estamos despidiendo al niño para irse a la escuela muchas veces le decimos: “Te portas bien”. El “portarse bien” es un término bastante amplio y abstracto para un niño. En cambio, si le decimos: “Recuerda poner atención en la clase de inglés” o “guardar silencio durante la formación” o “mantenerte sentado en tu asiento en tus clases”, etc., es más fácil que el niño entienda qué es lo que tiene que hacer, porque se lo estamos comunicando claramente. Son acciones específicas en momentos específicos, que al mismo tiempo nos facilita valorar objetivamente si el niño está mejorando o no.
5).- JERARQUIZAR PRIORIDADES.-
Si queremos formar hábitos en el niño o modificar algún comportamiento, debemos hacerlo uno por uno. Generalmente, cuando decidimos cambiar o mejorar, queremos abarcar todo o varias cosas al mismo tiempo. De esta manera, presionamos demasiado al niño y no tenemos buenos resultados aunque lo hagamos en la forma correcta. Es mejor comenzar por orden de importancia para que el niño vaya asimilando los cambios poco a poco y éstos sean duraderos.
6).- APRENDER A SABER QUE TODO TIENE UNA CAUSA, UN POR QUE.-
Todas las órdenes o reglas que les damos a los niños deben tener su razón de ser. Nada puede quedar sujeto a caprichos del momento. Esto es justo y ellos aprenden a controlarse mejor. La explicación del por qué se debe ejecutar alguna acción o abandonarla, debe ser breve, clara y con un tono de voz emocionalmente positivo y cariñoso.
Por otra parte, perderíamos el tiempo si le preguntamos al niño el por qué hizo tal o cual cosa, ya que es probable que no nos conteste porque ni él mismo lo sabe.
7).- LAS “ETIQUETAS” NEGATIVAS QUE PERJUDICAN AL NIÑO.-
Si calificamos o criticamos a los niños en términos negativos u ofensivos, actuarán toda su vida de acuerdo a esos mensajes que se graban tan arraigadamente desde la infancia. Por ejemplo, diciéndoles: “eres un mentiroso”, “eres un desobediente”, “nada haces bien”, etc.
En cambio, si calificamos o corregimos su conducta o sus acciones, respetando su personalidad y sus sentimientos, existirán muchas más posibilidades de que el niño mejore su comportamiento, porque no sacrificamos su autoestima, dejando abierta la opción de cambiar. Por ejemplo: “Estás diciendo una mentira”; “Volviste a pegarle a tu amigo”; “Se te dificulta tener en orden tu mochila, volveré a decirte cómo”, etc.
El hecho de “Ordenar la mochila” es una conducta que no tiene que ver con los sentimientos, sino con el establecimiento de hábitos en el niño, lo cual es aprendido en un 100%. Si no lo aprende pronto, volvemos a enseñarlo, sin herirlo: “Otra vez está tu mochila en desorden, vamos a ordenarla, tú me vas pasando las cosas y te fijas cómo lo hago”. Cuando comience a hacerlo él solo (aunque no lo haga perfecto), elogiarlo haciéndole sentir que es capaz de hacer muchas cosas y sigue siendo la misma persona, lo único que le falta es la habilidad.
Veremos otro ejemplo. Si a la mamá se le quema el pastel, no por eso se convierte en una “mala cocinera”, porque hacer un pastel es una acción muy específica que puede ser aprendida, modificada, perfeccionada y la madre no sacrifica su autoestima por acciones que se pueden mejorar.
En pocas palabras: Los hijos son, lo que sus padres dicen que son. Los alumnos son, lo que sus maestros dicen que son.
8).- ES IMPORTANTE MIRAR A LOS OJOS AL NIÑO CUANDO SE LE HABLE Y LLAMARLO POR SU NOMBRE.-
Esto es aplicable sobre todo cuando deseamos captar la atención del niño para expresarle un sentimiento o darle alguna indicación nueva que generalmente no cumple por él mismo. Por ejemplo, si le decimos mientras hacemos algo: “¡Niño, que te laves los dientes!”; o la maestra mientras borra el pizarrón: “¡Niños, no hagan tanto ruido!”, es poco probable que hagan caso, aunque repitamos el mensaje.
En cambio, si dejamos lo que estamos haciendo y decimos, mientras lo miramos a los ojos y quizá tocando ligeramente su hombro: “Juanito, recuerda que después de comer debes lavarte los dientes “, es más probable que el niño capte el mensaje porque estamos empleando tres de sus sentidos: vista (al mirarlo), oído (al decírselo) y tacto (al tocarlo en el hombro). Si reforzamos su aprendizaje con estos tres canales sensoriales, tendremos más éxito en su educación.
Al llamarlo por su nombre, reforzamos su sentido de identidad y de pertenencia, lo cual es fundamental para el sano desarrollo de su personalidad. En el caso de las maestras, con 3 ó 4 niños que se nombren, es suficiente para controlar al resto del grupo.
También es conveniente ubicarnos frente al niño de manera que nuestros ojos queden a la altura de los suyos, lo cual refuerza un acercamiento emocional importante.
9).- EL AMOR HACIA EL NIÑO DEBE SER INCONDICIONAL.-
El niño debe tener la seguridad de que lo queremos aunque se porte mal. Debe realmente sentir que lo corregimos por su bien y porque lo amamos. Si le decimos por ejemplo: “Eres un malcriado, vete a tu cuarto, no quiero verte”, lastimaremos sus sentimientos, se sentirá rechazado e infeliz. En cambio si decimos: “Le pegaste a tu hermano y ya habíamos quedado que cuando lo hicieras te ibas a ir a tu cuarto durante (x) minutos. Me gustaría tenerte aquí otra vez después de ese tiempo”. De esta forma, disciplinamos la conducta del niño y a la vez lo aceptamos como es.
10).- LA CORRECCION DE LA CONDUCTA DEL NIÑO DEBE ESTAR DESLIGADA DEL ESTADO DE ANIMO DEL ADULTO.-
Adulto que llama la atención enojado, pierde. No es posible que el niño aprenda a controlarse, si el padre o maestro se altera, grita y se desespera por cuestiones que la mayoría de los niños hacen. Es decir, no se autocontrola. Aún suponiendo que fuera algo grave, con mayor razón se necesita la prudencia y la madurez del adulto para orientar al niño, hacerle ver su mal comportamiento y ayudarlo a cambiar. Repitiendo, ayudarlo a cambiar, para que modifique ese comportamiento.
Generalmente, exigimos que hagan todo bien, pero pocas veces nos preguntamos a nosotros mismos si hemos llevado a cabo algo realmente específico para enseñarlo paso por paso, o por lo menos hacer algo para que el niño se motive a cambiar.
11).- DEBEMOS EXPRESAR A LOS NIÑOS DIRECTAMENTE EL AMOR.-
No sólo con palabras directas, sino con nuestras actitudes, gestos y hasta en la forma de abrazarlos. El amor hacia los niños se manifiesta de múltiples maneras y ellos son muy sensibles a interpretar el lenguaje no verbal. Es decir, constantemente hacen coincidir lo que decimos con nuestras expresiones faciales, la postura del cuerpo, el tono de la voz, e incluso con el mismo silencio que tiene su particular significado según la ocasión. Si ellos nos dicen “Tú no me quieres porque siempre me regañas”, y nosotros contestamos: “Tú bien sabes que sí te quiero”, (al mismo tiempo que desviamos la mirada o fruncimos el ceño o lo decimos en un tono frío), les estaremos transmitiendo un mensaje contradictorio que los hará dudar de lo que captan sus oídos.
Por otra parte, si el niño expresa un sentimiento, no debemos juzgarlo, porque se juzgan las acciones, pero no los sentimientos. Si él siente que no lo quieren y lo está expresando, es porque realmente lo siente y tiene derecho a decirlo. Que no nos guste es otra cosa. Debemos ponerlos en su lugar y tratar de ver las cosas como él las ve para poder comprender lo que le sucede y en consecuencia poder ayudarlo. De esta forma, siempre se sentirá con la confianza de decirnos lo que sea y cuando sea sin temor.
12).- LAS ORDENES O REGLAS DEBEN DECIRSE EN SENTIDO POSITIVO Y DARSE UNA POR UNA.-
Cuando empleamos muchos “no” en el lenguaje, creamos una barrera en el canal de comunicación con los niños, razón por la que muchas veces ellos desobedecen. Simplemente actúan el “no”, tornándose negativos para todo.
Si en lugar de decirle: “No puedes salir a jugar porque no has hecho la tarea”, mejor decimos: “Podrás salir a jugar cuando hayas hecho la tarea” o “La tarea debe hacerse antes de jugar”. Estaremos utilizando lenguaje positivo el cual motiva el aprendizaje infantil. Asimismo, si damos varias órdenes al mismo tiempo, difícilmente las retendrán y ejecutarán, sobre todo cuando son pequeños.
13).- LAS REGLAS DEBEN SER CONSTANTES.-
Lo que está mal hecho, lo estuvo ayer, lo está hoy y lo estará mañana. Por lo tanto, no se debe confundir al niño llamándole la atención a veces sí y a veces no por la misma cosa. Al comunicarle al niño lo que debe hacer o cómo debe comportarse, se le especifica la acción, la forma o el modo en que debe hacerlo, en qué momento o situación y en qué lugar. Si es necesario cambiar la regla, primero debe hablarse con el niño de ello, para que sepa qué esperar y cómo debe conducirse.
14).- IGNORAR EL MAL COMPORTAMIENTO.-
No se debe llamar la atención al niño por cualquier cosa. Si realmente no tiene trascendencia lo que hace o dice, ignorarlo sencillamente. El hecho de llamarle la atención con frecuencia, incrementa precisamente lo que queremos evitar. Además, un ambiente lleno de gritos, críticas, amenazas y regaños, dificulta el desarrollo emocional y cognitivo del niño, provocándole inseguridad, inhibición o timidez y baja autoestima.
15).- ELOGIAR Y HACER NOTAR LAS CONDUCTAS ACEPTABLES.-
Cuando el niño cumple lo que debe hacer, se controla u obedece, es muy importante elogiarlo inmediatamente, sin exagerar, haciéndole notar su buen comportamiento y lo bien que nos sentimos cuando se porta bien.
Para poner en marcha una nueva conducta o modificarla, se debe elogiar cada que ésta ocurra. Para mantenerla, el elogio se hace intermitente, es decir, se va espaciando para que el niño no se acostumbre a él. Una vez modificada la conducta o establecido el hábito, sólo es necesario hacerlo de vez en cuando. Por naturaleza, los niños se auto-refuerzan con los resultados que les brindan propios sus éxitos.
Las recompensas materiales (juguetes, golosinas, etc.) deben ser esporádicas y funcionan mejor con los niños mayores que con los pequeños. Son mejores las recompensas sociales (o reforzadores de tipo social) como por ejemplo, llevarlos al parque, invitar a un amigo a comer, ir de paseo, dedicarles una tarde completa para jugar a lo que ellos escojan, etc. Si las otorgamos en forma de sorpresa, crean un impacto agradable en los pequeños.
Independientemente de todo esto, es indispensable demostrarle afecto incondicional. Un niño que se siente seguro y querido, no exigirá que se lo digan a cada segundo, ni tratará de llamar la atención comportándose mal.
16).- DEBEMOS COMENZAR POR RECOMPENSAR EL MEJORAMIENTO, PARA LOGRAR EL RESULTADO FINAL.-
Cuando queremos formar un hábito o modificar un comportamiento, debemos ser flexibles felicitando al niño cuando logra acercarse poco a poco a la conducta correcta. Es decir, reconocer su esfuerzo. Por ejemplo, si antes sacaba 6 en matemáticas y ahora saca 7, en realidad hubo un mejoramiento, aunque todavía le falte esforzarse para sacar el 10. Si lo desanimamos exigiéndole que a partir de una calificación de 6, obtenga rápidamente un 10, él verá muy lejos la meta final y quizá desista en su esfuerzo. Además, debemos tomar en cuenta que lo que para un niño constituye un gran paso, para otro puede ser tan sólo uno pequeño.
17).- DAR SEÑALES DE AVISO.-
Si se le recuerda la regla a cumplir (sin amenazarlo) sobre todo cuando vemos que está a punto de romperla, es más probable que se detenga y modifique su comportamiento. Sólo se debe recordar una sola vez; si no hace caso, tomar la medida disciplinaria previamente acordada, o, si es la primera vez que lo hace, explicarle el porqué no debe hacerlo, siguiendo las recomendaciones aquí contenidas.
18).- APLICAR “LA REGLA DE LA ABUELA”.-
Significa que el adulto debe tener el control en la conducta del niño para orientarlo y guiarlo en forma correcta. Si dejamos que los niños se auto gobiernen, crecerán inseguros y ansiosos. “La Regla de la Abuela” se refiere simplemente a que primero son las obligaciones y después las diversiones. Por ejemplo, “Primero debes hacer la tarea y después puedes jugar”. Pero no conviene decirle, “Puedes jugar si después haces la tarea”.
19).- LOS SOBORNOS QUE CONTAMINAN LA EDUCACION DEL NIÑO.-
Si le decimos al niño: “Si haces la tarea, te llevo al parque”, el niño aprenderá que todo lo que haga está condicionado a dar y recibir, por lo tanto, no aprenderá a responsabilizarse y disfrutar del trabajo. En cambio, si le decimos por ejemplo: “Veo que terminaste tu tarea temprano, ¿qué te parece si vamos al parque con la bici, antes de que llegue la hora de cenar?”
Generalmente, si sorprendemos a los niños con recompensas de tipo social, poco a poco van asociando sus logros con situaciones positivas, cargadas de afecto, sin la necesidad de caer en el vicio de: “si me das, te doy”.
20).- APLICACIÓN DE CONSECUENCIAS (LOS FAMOSOS CASTIGOS).-
Las consecuencias se utilizan para modificar el comportamiento infantil, como última instancia, es decir, solamente cuando todas las consideraciones anteriormente expuestas no han dado resultado, lo cual es poco probable. Debemos permitir que el niño experimente las consecuencias de sus acciones, porque así desarrollará la responsabilidad y el autocontrol.
Reprobamos definitivamente los castigos físicos, tales como golpear, jalar las orejas, etc., y mucho menos con objetos de los que se valen cobardemente muchos adultos para lastimar sin ser lastimados, como son cinturones, reglas, zapatos, etc. Son definitivamente modelos de agresión y la agresión genera más agresión. Ningún niño lo merece, por mucho que desobedezca.
Si no queremos que nuestros hijos sean agresivos, no debemos serlo tampoco con ellos, pues los enfrentamos al serio conflicto: “no hagas lo que yo sí hago”. Mucho menos hacerlo cuando estamos enojados, porque en ese estado no se miden conscientemente las fuerzas y podemos hacerles daños irreversibles tanto físicos como emocionales.
Únicamente cuando está en peligro la seguridad del niño, es permitido usar la fuerza (pero no la fuerza bruta). Como por ejemplo, cuando al cruzar la calle, el niño pequeño insiste en hacerlo sin control, entonces lo tomamos firmemente del brazo para impedirlo.
La agresión hacia los niños es un despliegue de frustración e impotencia del adulto que ignora la naturaleza infantil y la forma adecuada de tratarlo. Es simplemente eso, no saber qué otra cosa hacer. Aunque lo ame, puede caer en esos estados de desesperación que después se mezclan con culpa, formándose un círculo vicioso en la educación familiar.
Las consecuencias que se recomiendan una vez que fracasaron los intentos positivos de modificar el comportamiento, son las consecuencias de tipo social como son, por ejemplo: Mandarlo a su recámara, no dejarlo jugar con sus amigos, dejar de ir a una fiesta, restringir la T.V., aislarlo por unos momentos en algún lugar, simplemente ignorar su comportamiento, etc.
Se debe especificar, de antemano con el niño, qué consecuencia concreta se aplicará a cada acción específica equivocada de él. Es necesario ser justos y no exagerar o aplicar castigos sacados de la manga, que no concuerden con la gravedad de la conducta o la edad del niño.
Si amenazamos con castigos indefinidos como “no te vuelvo a comprar nada”, nosotros mismos ponemos en tela de juicio nuestra autoridad, porque bien sabemos que sí volveremos a comprarle algo. Entonces, cuando se llega ese día, el niño ve que no cumplimos nuestra amenaza y a la siguiente ya no nos cree. Por otra parte, si lo cumpliéramos, sería realmente injusto.
Es muy aconsejable que si se nos pasa la mano con los castigos, no esperar a que se cumplan, sino expresarle directamente en forma verbal al niño que nos damos cuenta del error. Como por ejemplo algo así como: “Creo que fui injusta contigo con el castigo que te impuse, he considerado que es más justo reducirlo a X días”. O cuando sea el caso, no dudar en disculparse para que ellos aprendan también a pedir perdón cuando se equivoquen.
LIC. LEONOR LOZANO GLEZ.
Psicóloga Clínica Infantil.
Dirección General.